Después de haber perdido nuestro ansiado medio
de transporte que nos dirigía a pasar los últimos días de
vacaciones en el pueblo, pensamos que hacer y se
nos ocurrió la maravillosa idea de pasear por las calles de Sevilla;
el tiempo nos sobraba y el día radiaba con luz propia. Y eso fue lo
que hicimos. Cuando ya habíamos pateado las calles del
centro de la ciudad, el gusanillo del hambre también paseaba sus
diminutas patas por nuestros estómago de manera que, estuvimos
pensando donde comer hasta hacer tiempo para coger el próximo
autobús. Así matemos dos pájaros de un tiro: nos saciábamos del
hambre y esperábamos a que llegara la hora de marcharnos.
Decidimos ir a un local que conocíamos
bastante bien; pero algo con forma de letrero que
invitaban a la gente a leerlas captó de pronto nuestra atención. Nos arrebató el pensamiento a cada uno
y sin pensarlo dos veces, pusimos pie
dentro del local. Para empezar el local nos gustó bastante,
sobretodo la decoración que vestía tan llamativa y casual; con
toques rústicos y urbanos a la vez. El rojo era su color
predominante seguido del negro y la gran luminosidad.
Pedimos, a pesar de la falta de interés por parte de los camareros; se veía claramente la falta de ganas por trabajar; pero no los culpo, después de saber que trabajaban en una franquicia. No sé si habrán escuchado hablar sobre la franquicia LIZARRAN; nombre que yo no conocía ni tenía la menor idea de su existencia desde que probé sus pinchos y combinados que ofrecen desde hace muchos años alrededor del país. La verdad es que me importaba lo más mínimo donde estaba comiendo, únicamente quería comer bien dentro de mis posibilidades y a eso me proponía.
Para empezar podría decir que si queréis entrar al baño id con botas de agua para que no se os mojen los bajos de los pantalones y unas pinzas en la nariz para ahorraros pasar por el mar trago de oler a orina incrustada. Después pedimos dos de sus 20 combinados que ofrecen al cliente; todos con muy buenas pintas y asequibles para todos los bolsillos; mientras, nos entreteníamos picoteando pinchos que ofrecían en el mostrador. Uno de ellos estaba compuesto de dos rodajas de pulpo a la gallega con su patata cocida - algo sosa - y un trocito de pimiento de piquillo; espolvoreado con un poco de pimentón. El segundo pincho, era más simple, con un trozo de queso Brie sobre una loncha de jamón, sobre una tosta.
Posteriormente, nos trajeron los dos combinados y sí, tenían muy buenas pintas, pero dejaban mucho que desear: se podía comprobar la visible falta de calidad/precio a lo que el plato en su conjunto percibía, además de una decoración bastante austera y sucia, literalmente dicha. Una de ellas constaba de Pollo al curry, con una salsa demasiado líquida para un plato de carne que al añadir setas, no se consiguió el sabor adecuado.
Del segundo y último plato podemos decir que nos gustó y mejoro todos los pequeños errores que habíamos notado anteriormente. Se trataba de Huevos rotos con chistorra en un perol sobre una base de patatas fritas, que aportaban otra textura al plato. He de aclarar que el huevo venía roto, tal y como indicaba su nombre, puesto que no tenía ni yema.
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