Decidimos acercarnos a la salerosa y milenaria Cádiz -Cai para los amigos- para absorber todo lo que ella envuelve a sus visitantes, con la suerte que podemos decir que ella puso con nosotros de manera especial.
Después de pasar dos horas viendo paisajes, estaciones y dándonos el sol de lleno en la cara, llegamos rodeados de agua la tacita de plata.
Aprovechemos el tiempo para que nuestra anfitriona nos enseñara bien a fondo la ciudad de punta a punta, dejando las suelas de las botas gastadas de tanto caminar por adoquines empedrados que llegaban a cada para del océano.
Allí, en la catedral, nos acercamos a una pastelería -Casa Hidalgo- que hacía de esquina a una de las callejuelas; de la cual, nos habían hablado muy bien de sus famosos bollitos rellenos de crema de cacao y azúcar fina por encima. Queríamos averiguarlo, y no me pensaba quedar con las ganas de probarlos.
Sólo puedo decir que es uno de los dulces más ricos que haya podido probar. Con recordar esa lucha para que la crema no se saliera al darle el bocado, hizo que estuviéramos andando sin sentido, abrumado por el placer, durante bastante tiempo.
Aún recuerdo el olor tan agradable y el servicio tan amable que vestía a la pequeña pastelería que hace esquina.
Seguimos andando y nos topemos de frente con los enormes arcos del imponente Gran Teatro Falla. El hambre nos empezaba a dar pellizcos en el estómago y busquemos algún lugar por alrededor de la plaza. Terminamos por divisar una pizzería -La Bella Italia- que estaba a unos pocos metros de nosotros, nos acerquemos; después de pensarlo, nos decidimos al fin y entremos. El hambre hacía huella en nosotros.
Nada más entras notemos como 6 ojos penetraban en nuestro cerebro para saber que pensábamos hacer; al nota tal inquisición, nos giramos y vemos como 2 camareros jóvenes y otra mujer de mediana edad -seguro que la dueña- no nos quitaban el ojo de encima.
Le terminemos preguntando alguna mesa para comer -no íbamos a comer en el tejado- y por su simpatía no supe si obsequiarles a cada uno con una barrita de All-bran de Kelloggs, que van tan bien para ir al baño; o pensé que la simpatía se la habían dejado esa misma mañana en el retrete antes de salir de casa.
Nos acompañaron hasta una mesas y nos sentamos. Nos dieron unas cartas que tenían más grasa que una cuerda de jamón y pedimos unas pizzas -originales 100%- que, dentro de lo que cabe, se podían considerar buenas. La Pepa fue la que más me gustó.
Me parece que sólo puedo quedarme con algo positivo del sitio: el mantel tan cuco de cuadritos; me encantó.
Ya estábamos cansados de tanto caminar y nos vino la picá de buscar un lugar para sentarse. Como en la plaza de la catedral, buscar una cafetería con sitio es más difícil que aparcar encima de una veleta, pues nos metimos por algunos callejones hasta que dimos con una crèpería -El Temtenpié-.
La fachada no nos terminaba de convencer, pero como sólo necesitábamos un lugar donde sentarnos, nos pareció que con aquello bastaba. Para no hacer el feo, pedimos un café con leche y un cappuccino; algo simple pero que no todo el mundo sabe hacerlo ni ponerlo.
Nos terminaron por sorprender la manera tan majestuosa de prepararnos y servirnos la bebida que habíamos pedido. Hacía muchos años que no me habían servido el café, en la mesa, tan correctamente, como en aquel establecimiento. Y el cappuccino, como comprobaran en la foto, era un claro ejemplo de saber hacer bien las cosas sin excederse.
Lo dicho, siempre hay que intentar hacer las cosas lo mejor que se puedas para satisfacer tus propias necesidades, al igual que satisfacer a los demás; eso sí, nunca excediéndose de los límites ni, tampoco no hacer ningún esfuerzo por conseguir nada.
Cádiz me dejó lleno de ilusión por volver a pisarla, observarla y que me obsequie con su imponente y maravilloso conjunto de arte, historia y buen hacer de las cosas. También volveré por el bollito de crema de cacao; eso ni se pregunta!
Buena noches :)
m....me encata !!!! ;)
ResponderEliminarjejeje, la anonima soi yo Manoli, ;)
ResponderEliminar